-Dejalo salir -dijo la doncella del cuerpo perfecto, casi en un susurro, mientras se inquietaba en el lugar y comprobaba la textura de su piel con caricias danzantes.
La masa flegmática que pintaba el suelo y las paredes poco iba metamorfoseando su concepto hacia el de engendro. Él hubiese jurado que se movía, un poco mas de esfuerzo y hasta sería digna de un nombre. De hecho, había empezado a pensar en uno apropiado antes de que sus músculos le fallasen y se estrellase contra el charco mucoso en un violento abrazo ensuciante.
-Somos submisivos ¿Eh? -la doncella se le acercó, pero la flema no se atrevía a ensuciarla.
Él pensó en los grandes momentos por un segundo y se dio cuenta que el quid de la cuestión estaba solamente en la piel.
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