PARTE XVI - Amarillo

Heart-me furious. Shutmecontrol.

martes, 11 de enero de 2011

Pals

-¿Ése perro nos está siguiendo? -fueron las palabras que usó mi primo para hacerme notar la presencia de nuestro acompañante.
Era un animal grande, esos perro raza perro, con ojos grandes y pelajes endurecidos. Nos seguía a paso relajado como si lo hubiésemos invitado a acompañarnos. Poseía un patrón irregular de manchas negras y blancas, probablemente los dos colores mas místicos que existen y que mi cabeza no tardó en asignar a alguna simbología dentro de mi gran biblioteca interna de supersticiones sin fundamento.
Era un perro hermoso, su forma, su porte, todo en él inspiraba confianza, alegría, lealtad; El tipo de perro que se gana el título de "Mejor Amigo del Hombre" y al final de la película siempre muere de alguna forma heroica o ya avejentado tras una larga vida de aventuras épicas.
Ya casi llegando a su casa Sebastián me contaba sobre algún tipo de efecto psicológico que causaban los colores rojo y amarillo en relación al hambre y los restaurants y demás datos curiosos del diseño gráfico pero mi atención continuaba encadenada a nuestro camarada canino. Las siete de la mañana tras una noche de insomnio es hora de marea alta imaginativa. En unos pocos minutos no solo veía algo particular en aquel chucho, le atribuía un destino, un propósito a su aparición en mi vida. Su particular selección de colores dentro de mi psiquis se traducía a balance, a fusión; Un abrazo pringoso entre mi alma y conciencia.
Ya habiendo partido caminos con mi primo, el can optó por continuar escoltándome a mi hogar, echándome miradas con sus ojos pardos llenos de optimismo y seguridad.
Esta mañana, aquel perro y yo nos hicimos compañeros de vida.
Metros antes de llegar a destino, lo dejé esperando en la puerta de la panadería mas cercana, ordené dos empanadas que la dueña me fió cuando le dije que no llevaba un peso encima. Caminamos hasta mi puerta y nos sentamos, yo le entregué una de las empanadas y él la dejó caer. No estaba interesado en mi ofrenda.
-Tomala -le pedí, dándole un mordiscón a la mía-, es un signo de nuestra amistad, tomala y cometelá.
Mi amigo accedió y la mordisqueó en el suelo a pesar de seguir visiblemente desinteresado en ella. Una vez concluido nuestro desayuno, me paré y lo saludé con mucho cariño, le dije que pasase a visitarme, queriendo creer que me entendía. No. Se que me entendía.
Cuando quise cerrarle la puerta, hizo un amague, queriendo pasar conmigo. Me disculpé con él y le dije que eso era imposible por mas que así lo quisiese. Cuando le cerré la puerta, se quedó rasguñándola desde afuera por unos segundos. Me partió el alma, soy bochornosamente sensible en muchas ocasiones.
Crucé el pasillo cabizbajo y al llegar a casa le conté a mi madre lo mal que me sentía por haber dejado afuera a ese estúpido perro con la tristeza infantil de un niño que llora por cosas que no comprende.
Es que mantener un niño interno te limpia el alma.

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